El gran problema de los voluntarios de las protectoras animales: sobran ganas, faltan dinero y formación

Hay 1590 centros de protección animal en España. De esta cifra, solo el 15 % (247) son centros municipales y el resto dependen de la iniciativa privada (protectoras). No solo eso: el propio Ministerio de Agricultura, durante la legislatura anterior, publicó un informe que afirmaba: "Sobre el sector de los animales de compañía nos encontramos, en líneas generales, con una ausencia generalizada de datos disponibles, tanto en fuentes oficiales como privadas."

Cualquiera que haya sido voluntario en una protectora, además, ha visto las dificultades que, casi sin excepción, todas ellas enfrentan: animales renunciados, abandonados y recogidos todos los días, falta de personal, presupuestos escasos o inexistentes, altruismo y dedicación del voluntariado, falta de formación...

El peso recae en las personas de la calle, pero ¿funciona este modelo?

Cuidar animales, apagar fuegos

Para obtener una respuesta, hace unos días, me calcé las botas y me acerqué a varios centros de mi comunidad autónoma. Allí, he podido charlar con Mireia, Zhanghua y Raquel sobre los problemas que enfrentan educadoras, voluntarios y responsables que dedican gran parte de su día a ayudar a los animales.

Desde el comienzo, he intentado que mi sesgo como educador canino no afecte a las entrevistas, aunque no es fácil: lo confieso.

Había algunas preguntas que ya rondaban por mi cabeza sobre lo que ocurre en los centros de protección:  ¿hay poco voluntariado?, ¿demasiada rotación?, ¿poco compromiso? ¿no es viable dar formación a los que quieren prestar ayuda? ¿Hay profesionales dentro o fuera de los equipos que puedan formar al resto?

Si bien puede resultar imposible llegar a conclusiones a través de unos pocos testimonios particulares, la realidad es que la mayoría apuntan hacia la misma dirección.

Foto: Protectora de Tàrrega

"No sabemos cuántos animales se abandonan en España", decía Matilde Cubillos (Federación de Asociaciones Protectoras y Defensa Animal) a finales de 2021 para National Geographic. De igual modo, tampoco existen pautas o protocolos generales más allá de lo básico para manejar animales, separar perros, dar comidas, higienizar cheniles, etcétera. En los centros, el número de perros y las entradas constantes dificultan que el equipo pueda conocer, tratar e incluso personalizar el manejo... Los presupuestos y los espacios cedidos por los ayuntamientos, son lo que son.

Es el Día de la Marmota, pero apagando fuegos.

Un problema con el compromiso

Subo a mi Jeep y conduzco, primero, por la A-2 en dirección Lérida.  Me he citado con Mireia Segarra, una de las responsables de la Protectora d'Animals de Tàrrega, que se encuentra a unos 50 kilómetros de la capital de la provincia.

En la protectora, hay alrededor de cuarenta perros (40), en su mayoría mestizos, que viven en grupos (algo habitual, en las protectoras), y cuentan con algunas zonas habilitadas para separar a los perros que pueden requerir un manejo especial. El centro está apartado del pueblo, a las afueras, y mientras escribo estas líneas recuerdo la tierra y los campos de cultivo que envuelven esos espacios y por los que pasean la mayoría de los animales varias veces por semana.

Mireia me explica que son pocos voluntarios, 4 o 5 personas; ella está titulada como educadora canina y varios compañeros ya han realizado  cursos y han mostrado interés en seguir aprendiendo, para ayudar. Cuando entran nuevos voluntarios, se dan explicaciones del funcionamiento del centro y alguna de las veteranas explica pautas de manejo de cara a los primeros paseos.

Foto: CAAD Terrassa

Sin embargo, más allá del "núcleo duro", la protectora se ha encontrado con un problema de compromiso: "para poder acoger responsabilidades", me explica Mireia, "se necesita un mínimo compromiso:  un día a la semana, una tarde fija en el calendario..." Tiene sentido. Para conocer a los perros, aprender a manejar entradas y salidas, gestionar entradas y salidas necesitas un proceso natural de aprendizaje: ir haciendo, y entendiendo, y repitiendo.

Le pregunto si han tenido ayuda profesional durante estos años, la respuesta es clara: "A veces, hay educadores y etólogas que han preguntado, pero ¿tú les has visto?, yo tampoco." Esto tiene un porqué, o varios, pero para responderlos, vuelvo sobre mis pasos para hablar con Raquel Romero, voluntaria veterana del CAAD de Terrassa.

Los horarios de los centros

Raquel ha sido voluntaria en varios centros de protección, y lleva una larga trayectoria en Terrassa también, donde me cuenta que hay entre 90 y 110 voluntarios que cuidan a cientos de perros y gatos. Entre los compañeros que hacen voluntariado, sabe de un par que se están formando para poder apoyar mejor en el centro.

Foto: CAAD Terrassa

"Los horarios de los centros, que son horarios de oficina, son un problema: a menudo, son incompatibles con la posibilidad de acoger nuevos voluntarios y recibir apoyo por parte de educadores y etólogos", comenta Raquel. A menudo, esto también complica la gestión de las adopciones que suele colapsar los fines de semana, pues se une un mayor número de voluntarios que vienen a pasear animales, gestiones y horarios con el cierre cara al público alrededor del mediodía.

Romero también menciona algo de lo que ella ha sido testigo: a menudo, ante la aparición de profesionales externos, el equipo puede sentirse menospreciado o puesto en entredicho, algo que dificulta, y mucho, la integración de ciertas figuras.

Otra perspectiva sobre el compromiso

No obstante, más allá del horario, volvemos a la voluntad y el compromiso. Me gusta mucho cómo Raquel me explica el problema, de forma asertiva: "Hay gente poco realista", dice. "A menudo, sus horarios se solapan con el trabajo y dificultan la posibilidad de mantener un compromiso de 1 o 2 días por semana".

Además, me cuenta que es habitual que no se entiendan las necesidades de muchos animales: tener presentes sus patologías (qué puede comer, cómo debe moverse), cómo interactuamos con ellos, manejamos el estrés y la ansiedad en el centro, o tenemos en cuenta un problema de conducta.

"Lo que nosotros hacemos repercute en su comportamiento, y en cómo ellos se sienten. No todo vale para pasar un rato entre perros y gatos", concluye.

Estoy 100 % de acuerdo.

No todos creen en la formación

De camino a mi tercera charla del día, con la educadora canina Zhanghua Olmedo, que trabaja en Loyal Beast y colabora con la protectora de Dosrius, me llevo uno de los lamentos de Raquel. Os lo resumo así: entre el número de perros, los tiempos, el presupuesto e incluso la escasa formación no siempre es viable hacer las cosas de la mejor forma, es decir, acostumbrar a un perro a un bozal, manipular de forma correcta, conseguir un paseo decente.

Foto: Protectora de Tàrrega

Me intereso, semanas antes, por el trabajo de Zhanghua gracias a una colega en común. Estos últimos meses, ha decidido empezar con programa de formación de voluntariado en la Protectora de Dosrius (Maresme), donde se pide compromiso semanal (un día por semana) durante tres meses. Es este programa el que me llama la atención, y por el que me decido a charlar con Olmedo.

"En mi experiencia, es habitual que muchas protectoras no incentiven formación previa en el voluntariado", me explica. "Tanto por falta de recursos, como por falta de tiempo o ganas".

De nuevo, sale en la conversación esa idea del voluntario que ya tiene perros en casa, y cree que puede "hacerlo a su bola" como los centros que no terminan de valorar formaciones y programas donde solo un pequeño porcentaje va a mostrar interés. En Dosrius, Zhanghua ha encontrado lo que necesitaba como educadora y voluntaria: un centro pequeño, con alrededor de 12 perros —menos estresados, con voluntarios fijos que los cuidan—,  y donde se puede personalizar el trato, hacer un seguimiento de las conductas y adaptar el manejo y el trabajo a cada caso.

Olmedo busca cierto compromiso —una vez por semana— por razones muy lógicas: establecer un vínculo con los perros, permitir que las voluntarias (es un sector mayoritariamente femenino aún) se ubiquen y sepan dónde está el material y cómo son los protocolos básicos,  y, sobre todo, puedan tener una visión integral de la protectora.

Por esta razón, también pide una donación para la protectora y espera que todos los participantes puedan acoger distintas actividades que forman parte del día a día del centro: pasear perros, limpiar jaulas, hacer pequeños arreglos y aprender sobre manejo de perros, y también de gatos.

Estoy de acuerdo que es lo que falta. Seguir la misma línea, entender que una protectora son muchísimas acciones en una dirección y un trato coherente hacia cada perro: una estructura comunicativa y educativa. Además, un programa así permite ofrecer formación gratuita, guía profesional y un trato personalizado y adaptado para cada animal.

Queda una pregunta en el aire, ¿se puede estandarizar este tipo de intervenciones en centros grandes, como el CAACB de Barcelona, con más de 300 perros, o el CAAD Terrassa, donde colabora Raquel? Las perspectivas no son muy favorables sin una mayor inversión, tiempo y profesionales formados.

Qué es lo que falta

Si te lees este artículo en diagonal, podrías resumirlo en: el problema de las protectoras es que sobran ganas, pero falta formación (y hasta compromiso), pero yo no me atrevo a afirmar algo así: ni como redactor, ni como educador canino.

Para empezar, hay un gran vacío en la Administración: solo un 15 % de los centros son municipales, e incluso estos tienen una carga enorme por parte del voluntariado (en tiempo, trabajo y donaciones). La Ley de Bienestar Animal, sobre la que hemos hablado largo y tendido en Coco y Maya, plantea muchos cambios sin un aumento en el presupuesto (artículos 8, 16 y 19) para la protección animal, que sigue asfixiando a la iniciativa privada: a la voluntad de las personas que no saben mirar hacia otro lado.

A partir de aquí, sí deberíamos identificar las necesidades de los centros municipales y las protectoras, su estructura, la falta de personal cualificado y, sobre todo, la escasa formación vinculada a una nueva conciencia.

En este 2023, en el que el sacrificio cero se vuelve una realidad, también debería hacerlo una estructura que no solo espere reducir el abandono y el maltrató, sino que permita personalizar el trato de los animales que esperan una familia, así como su manejo, la formación de voluntarios y, sobre todo, la profesionalización de figuras que (y me incluyo) que nos movemos en el trabajo por cuenta propia, porque casi nunca es posible hacerlo por cuenta ajena, en protectoras y centros municipales.

Sobran ganas, falta formación. El problema es que esa formación, como comentaban Raquel, Mireia y Zhanghua deba llegar también de personas voluntariosas, que dedican su tiempo, esfuerzo y dinero a terceros, y no del Estado que sigue pasando de puntillas sobre un grave problema que es su responsabilidad.

Lo que falta, y me permito cerrar este artículo con un dardo, es inversión, es presupuesto, es un cambio estructural. Y eso, por supuesto, cuesta dinero. Nosotros, seguimos haciendo lo que podemos: apagar fuegos, cuidar en la medida de nuestras posibilidades. Y aquí sí, muy a menudo, hasta por encima de ellas.

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