Estos collares para castigar perros van a prohibirse por ley, pero aún se siguen vendiendo

Poco a poco, el mundo de la etología canina defiende la educación basada en el respeto como única opción, tanto por ética como por efectividad. A pesar de este consenso mayoritario, en España se siguen vendiendo herramientas para educar a tu perro que están prohibidas por ley.

¿El problema? No existe una ley nacional que prohíba los collares de castigo o eléctricos, sino que son las autonomías o los municipios quienes disponen de leyes más restrictivas en sus territorios. Este es el caso de Cataluña, la Comunidad de Madrid o la Comunidad Valenciana, que han regulado su uso, mientras en otras comunidades o municipios se siguen vendiendo.

Tras la aprobación de una ley estatal

A la espera de la aprobación de la nueva Ley de Protección Animal, en la que se prohíbe explícitamente el uso de cualquier collar de castigo, con un «pero» que, de nuevo, parece aludir a la actividad de la caza, que tanta polémica ha levantado estas últimas semanas.

En el artículo 38:

a) Se prohíbe el uso de cualquier herramienta de manejo que pueda causar lesiones al animal, en particular collares eléctricos, de impulsos, de castigo o de ahogo. Reglamentariamente se establecerán las actividades profesionales en las que, por la finalidad a que estén destinados o la morfología del animal, puedan utilizarse este tipo de herramientas.

La realidad es que el uso de collares de castigo sigue estando muy presente en España por, según sus defensores, la efectividad como herramienta de adiestramiento. Además, se unen varios factores a tener en cuenta:

  • Son herramientas que se basan en el dolor físico (o sea, rápidamente consiguen que el perro cambie un comportamiento por miedo y evitación)
  • Por norma, se realizan compras compulsivas por parte de propietarios (sin formación) en situaciones graves o conflictivas a vendedores o mayoristas que no ofrecen ningún asesoramiento
  • La compra es sencilla, puede realizarse en tienda o, si el municipio ha prohibido su venta y uso, por Internet

Como te puedes imaginar, todo lo anterior es el cóctel perfecto para que llegue a casa una supuesta herramienta milagrosa que afectará a tu perro a nivel físico, psicológico y emocional.

Pero ¿de qué collares estamos hablando? Principalmente, de tres: los collares de ahorque o estrangulamiento, los collares de pinchos o púas y los collares eléctricos.

Collares de ahogo o estrangulamiento

El collar de ahogo o, en su defecto, un cordino, son herramientas de cuerda trenzada o metal a modo de "horca" que se cierran contra el cuello del animal cuando este tira.

  • Un collar de ahorque estrangula, por lo que causa estrés, malestar y dolor en el perro
  • Supone también una enorme frustración, puesto que, en teoría, imposibilitamos que el perro tire debido al dolor
  • A menudo, estos collares son poco efectivos, pudiendo hacer que los perros tiren todavía más de la correa, por no entender las bases de los trabajos por condicionamiento operante 

Los famosos collares martingala para galgos, también son collares de semiahorque, muy utilizados para evitar que los perros "huyan" o "aprendan a quitarse el collar", siendo mucho más eficiente un arnés antiescape de calidad.

Collares de pinchos o púas

Los collares de púas se basan en un sistema similar al ahorque, pero con púas de acero inoxidable en los eslabones que se dirigen hacia el cuello del animal. Su función también es similar: corregir los tirones de correa, en teoría imitando la forma en la que corregiría un perro a otro perro.

Las púas causan molestia, incomodidad y lesiones y, dependiendo del uso, pueden incluso herir o dañar gravemente a nuestros perros en la zona del cuello. Son una herramienta que causa ansiedad y dolor: ¡haz la prueba antes de comprar uno, póntelo en un brazo, y pégate un tirón! ¡Y es tu brazo, no tu cuello!

Collares eléctricos

Sin embargo, aquellos que se han hecho terriblemente populares son los collares eléctricos. Existen variantes también perjudiciales con otras funciones, como los collares de ultrasonidos más orientados a castigar la conducta de ladrido.

En el caso de los collares eléctricos, se castiga al perro mediante descargas eléctricas de intensidad regulable, que pueden ser automáticas o manuales (mediante un control a distancia). Su efectividad está muy asociada a que, en teoría, el perro no debe saber de dónde llega el castigo, por lo que la descarga eléctrica tiene una efectividad a corto plazo.

Además del estrés y la ansiedad de evitar conductas por miedo a un shock eléctrico, podemos generar desde indefensión aprendida (no hago nada, por miedo a sentir dolor), perros que atacan a perros o personas por una asociación incorrecta, así como lesiones en la piel de diferente gravedad.

Alternativas al uso de collares de castigo

La principal crítica a los collares de castigo es que no educan al perro en lo que tiene que hacer, sino que evitan que realice conductas por miedo. Asimismo, no tienen en cuenta las necesidades psicológicas o las emociones, sino el resultado.

Puede que un perro deje de ladrar, tirar de la correa o escapar de casa, pero si lo conseguimos a costa de su estado emocional, generaremos problemas igual o más graves que los anteriores. Ningún guía o propietario responsable debería querer algo así.

Además, como hemos visto a lo largo del artículo, el perro puede generar conductas agresivas, deterioramos la relación (el vínculo), no aprende nuevos comportamientos e incluso puede generar tolerancia al dolor. A menudo, esto último es lo que ocurre con collares de púas y ahorque.

Las asociaciones de profesionales caninos, veterinarios y educadores cainos defendemos el reforzamiento en positivo y el uso de herramientas útiles para cada situación, dentro de una enorme variedad de metodologías respetuosas y complementos (correas, bozales, arneses, terapias de modificación de conducta), que serán un acompañamiento para solucionar el problema real del animal.

Escuchar y entender qué emociones hay detrás de la conducta problemática de un animal siempre será una opción ganadora, ignorar y castigar no. Si no sabemos solucionar el problema en casa, acudir a un educador canino o un etólogo clínico siempre será la mejor opción, y no probar alternativas "caseras" o soluciones rápidas que, casi siempre, complican el pronóstico inicial.

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