Por favor, no me digas que mi perro es muy mayor y le queda poco tiempo de vida

Hace unas semanas, mientras paseaba a mi perra, me crucé con un vecino. Mi perra camina lento, descansa mucho en casa y aún mantiene esa energía incombustible de los pastores alemanes que, en la vejez, ya no encuentran las baterías de otra época, pero lo siguen intentando.

Ella, Dana, lo tiene todo, o casi, como corresponde a la edad dorada: dos cánceres superados, que le robaron las mamas y una falange (como suelen decir los veterinarios), artritis y una cadera baja, muy baja, que le hace arrastrar las patas traseras al caminar. Displasia no, nunca ha tenido problemas de eso.

Con todo lo anterior a cuestas, como os imaginaréis, resulta difícil escapar de algunas conversaciones. Por muchas ganas que tengas de salir corriendo. Ese día tuve una con un señor muy mayor de la urbanización que me recordó que a mi perra puede que le quede poco tiempo de vida.

Fue tajante. Se acercó y sin tan siquiera saludar, me dijo:

El perro se te va a morir en cuatro días.

Para cabrearse, ¿eh? Yo no lo hice, pero sí que le dije cuatro cosas bien dichas. Tras el paseo, abrí un hilo de Twitter para explicar el qué y el cómo y, aunque salieron todo tipo de opiniones, me sentí orgulloso de cómo planteé las respuestas a ese anciano:

  • recordándole que lo importante es vivir el momento, para la perra, para mí, para él;
  • diciéndole que es una total falta de respeto recordar a las personas que un día nuestros seres queridos nos faltarán;
  • defendiendo algo que me enseñaron de muy, muy pequeño: que los derechos de uno terminan donde empiezan los del otro (sea un perro, o una persona)

En cambio, a este señor no le dije que hay tres lecciones de las que un perro es el mejor de los maestros, pero a vosotros sí que os las voy a explicar.

Lección 1: No vivas en el pasado

Como ejemplifica la nueva Ley de Protección Animal, y muchas personas defendemos desde hace décadas, los perros son animales maravillosos, que sienten, piensan y padecen.

Durante toda su vida, los perros viven el presente, para lo bueno y para lo malo y, en la vejez, se abre otra etapa: más tranquila, dependiente, feliz. Ellos no pueden rememorar lo que ocurrió como nosotros lo hacemos, así que se concentran en sacar el máximo partido al presente.

Sin romantizar la idea, un perro no puede echar de menos los tiempos pasados, ni tiene la necesidad de decirle a los demás que están muy viejos para no mirarse su propio ombligo.

Lección 2: A palabras necias…

En este caso, quizá no seguí, a pies juntillas, este consejo. Cuando algo no le interesa a un perro, gira la cabeza, lo ignora o se va. Los perros son maestros evitando conflictos, aunque no siempre lo veamos.

Cuando nos dicen que nuestro perro es mayor, conectamos directamente con el miedo y la ira. La idea de que un día se irán, las dificultades que percibimos ahora y que nunca hubiésemos imaginado en otra época…

A riesgo de predicar en el desierto, puedes tratar de que entienda por qué no es correcto decir algo así, pero quizá lo más conveniente sea algo tan simple como pasar de largo, hacerle saber con tu conducta (¡como haría tu perro!) que no estás interesado en ese tipo de opiniones dañinas.

El mejor desprecio… bueno, ya sabes.

Lección 3: No hagas aquello que no te gustaría que te hicieran

A nadie nos gusta que nos digan algo así. Entonces, ¿por qué lo hacemos? Tratemos de crear lugares más sanos y positivos: para nosotros y para los animales que conviven en nuestras sociedades.

Un perro nunca entenderá qué es la vejez, se limitará a vivirla. A lo largo de este proceso surgirán conflictos y distintas visiones de cómo entender esta etapa, tanto en casa como fuera. Para evitar disgustos, quizá la mejor opción sea tener claro qué no diríamos nunca, qué no aceptamos que nos digan y ser fieles a uno mismo.

En este caso, el señor lo entendió. Quiero pensar así: que entendió que hay muchas formas de sentir y que yo, igual que muchos otros, siento por mis perros un enorme amor, que vivo con miedo algunos procesos que, antes o después sucederán, y que no quiero que me los recuerde un extraño sin ningún tacto.

No obstante, a lo mejor no entendió nada de esto, y solo lo dejó estar, sea como sea, no ha vuelto a decirme nada la media docena de veces que me lo he cruzado. Me ha saludado, y me ha preguntado cómo estaba la perra, estuviéramos paseando o fuese yo solo a tirar la basura.

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